Nuestro organismo nos protege

Nuestro organismo nos protege desde antes de nacer, de hecho está todo el tiempo intentando protegernos. Poseemos un organismo de una complejidad inimaginable. Sin ser conscientes de ello, está en un continuo proceso de mantenimiento de equilibrio interno. Este proceso de mantener el equilibrio se llama “homeostasis”. Pero, en ocasiones el organismo tiene que salir de ese equilibrio para hacer frente a situaciones excepcionales en las que nuestra supervivencia se ve amenazada. La capacidad de hacer frente a esas situaciones y de volver luego al estado de equilibrio la otorga el “Sistema Nervioso Autónomo”.

Está formado por dos partes, Sistema Nervioso Simpático y Sistema Nervioso Parasimpático. Hoy quiero hablar del Sistema Nervioso Simpático.

¿Cómo nos protege nuestro propio organismo?

Imaginemos que has decidido hacer un viaje a la sabana africana y de repente un imponente león se cruza en tu camino. En ese preciso instante sientes como tu corazón se acelera, tus músculos se contraen y tu respiración se hace más superficial y rápida. Por supuesto, no es una respuesta voluntaria, sino automática. Te estás preparando para tres posibles acciones. Lucha (no recomendada en este caso), bloqueo (puede que tengas suerte y el León pase de largo) o huida (aunque sea mucho más rápido que tú, a priori, parece la más sensata). De repente, el León, por lo que sea, decide no ir a por ti y se aleja tranquilamente. Aunque aún sientas el corazón latiendo fuertemente, los músculos sigan “agarrotados” y la respiración sea más rápida de lo normal, vas sintiendo como poco a poco te vas tranquilizando. Sabes que la “amenaza” ya no está. No tiene sentido continuar en ese estado y poco a poco te calmas hasta volver a ese equilibrio previo. Por lo tanto, nuestro organismo nos protege haciendo que pasemos a la acción para salvar la vida, y nos permite volver a la calma cuando ve que el peligro ya ha pasado.

El Sistema Nervioso Simpático nos ayuda en situaciones amenazantes

Acabas de sentir una respuesta dada por el Sistema Nervioso Simpático en un intento de s

alvarte la vida. Este sistema lo que hace es prepararte para que cuando te enfrentes a un evento que pueda causarte daño, estés lo mejor preparado posible. Cuando este sistema se pone en marcha, activa

una serie de funciones que te pueden ayudar a sobrevivir en ese instante. La visión se agudiza (pupilas dilatadas), el corazón bombea más sangre (aumento frecuencia cardíaca), la respiración va más rápido (aportando más oxigeno a tus músculos), las piernas se preparan para correr y los brazos para luchar (contracción muscular mantenida), etc. Esta activación se hace en detrimento de otras funciones que en ese momento no son útiles. Sistema inmune, sistema digestivo, cerebro… no es momento de pensar en que hay de comer o en la teoría de la relatividad. El sistema nervioso simpático está ayudando al organismo a protegernos con estos cambios.

El diálogo interno entre tu cuerpo y tu mente

Mediante este sistema útil y necesario para nosotros, nuestro organismo nos protege. Pero, nuestra mente necesita una justificación para entender porque se ha puesto en marcha dicho sistema. En ese momento, empieza una conversación interna entre el cuerpo y la mente.
– ¿Qué ha sido todo este alboroto?- pregunta la mente.
– Perdona, pero tenía a 10 metros de distancia un león enorme que, además, venía hacia mí- responde el cuerpo.
– Ah, vale, entiendo. Pero, ¿ ya se ha ido, no?- continua la mente.
– Si si, se ha ido – tranquiliza el cuerpo.
– Ah, vale. Genial.- concluye la mente.
Todo este suceso queda como una simple anécdota de la que “fardar” una vez vuelvas a tu residencia habitual y la que seguro contarás riéndote.

Cuando no compremos que pasa, es más difícil volver a la calma

El problema reside en el momento en que nuestro sistema Simpático se pone en marcha, pero luego no podemos justificarlo a nuestra mente. Estamos dando un agradable paseo o estamos tomando un café y de repente se vuelve a poner en marcha: tu corazón se acelera, tus pupilas se dilatan, tus músculos se tensan, tu respiración se hace más superficial y más rápida…
– ¿ Qué es este alboroto?- pregunta la mente
– La verdad, no lo sé.- Responde el cuerpo.
– ¿Cómo? Algo grave debe estar pasando, esto no es normal. ¿Estaré enfermando? ¿Me dejará mi pareja? ¿ Me echarán del trabajo?- concluye la mente.
Cuando no existe algo que la mente racional pueda justificar, esta intenta justificarlo creando hipótesis que den sentido a ese proceso corporal. Siempre tenderá a ser catastrofista. Pues evolutivamente era más práctico encontrar huellas de un tigre de Dientes de Sable que encontrar la baya más sabrosa del árbol.

¿Qué podemos hacer en estas situaciones?

Buscar el desencadenante no es de utilidad en ese momento, pues la mente, como he dicho, buscará una justificación catastrofista que no hará sino aumentar ese proceso. Es en este momento cuando tenemos que acallar la mente. ¿Cómo hacerlo? La mente no puede estar presente con las sensaciones físicas. Podremos utilizar varias estrategias. Por ejemplo, si en ese instante nos concentramos en sentir nuestra respiración, en como entra y sale el aire de nuestros pulmones, en cómo pasa a través de nuestra boca y nuestros orificios nasales, pronto
notaremos cómo la mente se va acallando. Otra manera, es a través de la aceptación. Es más compleja pero muy potente a su vez. La aceptación en este instante, reside en simplemente aceptar que estoy teniendo esas sensaciones y no sé por qué. Pero estoy seguro de que es una activación errónea de mi sistema de protección. Miro a los lados, no veo ningún León ni nada que amenace mi supervivencia. Acepto que mi organismo haya decidido poner en marcha este sistema porque tras un proceso de evaluación previa ha concluido que algo pasa. Eso no quiere decir que esté en lo cierto. ¡Ojalá nunca se equivocara! Pero la realidad es que a veces nuestro organismo pone en marcha unos sistemas que no son útiles en ese momento.
Así que la próxima vez que sientas que el corazón se sale por la boca y sientas que tus músculos están duros como una roca. Busca el león. Si no lo encuentras, respira y espera.
– Ah vale, genial- concluyó la mente